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Hasta el 30 de Agosto de 2012
Un rostro siempre refleja en sus rasgos lo que su voz quiere ocultar. La expresión de un gesto puede ser inconsciente, pero de la voluntad de callar solo es dueño el que posee el secreto.
En ese sentido un retrato podría ser más diciente que un testimonio, especialmente cuando lo que se calla nos protege de escuchar lo agresivo de un relato y crearen nuestra mente las imágenes más escalofriantes.
El lenguaje del silencio se hace acá más elocuente.
En sus últimos trabajos, Erika Diettes inició un grupo de retratos que partían de sus series anteriores: testigos de asesinatos y masacres en poblaciones atacadas por la violencia de grupos armados. Mientras la artista captura la imagen, los personajes confiesan los traumas vividos.
La cámara es obturada en el momento más álgido de sus narraciones; las historias más macabras e irreales que una persona podría vivir (y sobrevivir para contar) dejan en manifiesto que el descanso de los muertos es una dicha que los sobrevivientes no gozan.
En los vivos la imagen perdurará para siempre en sus recuerdos, como un incesante regreso al momento más doloroso. Las huellas imborrables de sus rostros perduraran como cicatrices, delatándolos en esa melancolía que les queda grabada. Sobrevivir es cargar con un peso de por vida, una tortura cada día; tal vez sean bienaventurados los que se van sin guardar esos recuerdos.
Los retratados parecen desnudarse para la artista, de manera literal y figurada. Abren su corazón para compartir el duelo contando las masacres que sucedieron ante sus ojos, donde vieron por última vez con vida a sus seres queridos.
También su piel está expuesta, mostrándonos su humanidad sin vergüenza como un ser anónimo, como cualquier otro que cuenta su historia más triste sin pena de haberla vivido así.
Cuando estas fotografías (que evocan a la muerte sutilmente) se fijan a la tela, la remembranza a las reliquias cristianas es instantánea. En ella se perpetuaban los últimos gestos de los mártires como un retrato póstumo que aun guardaba el último suspiro. Las telas se impregnan del llanto, de la sangre y del sudor dejando en ellas una imagen final que perdura en el lienzo como documento de la muerte y conmemoración de su vida.
Estos retratos son igualmente una conmemoración de la vida y Diettes busca con ellos darle espacio de duelo al sobreviviente sin olvidar al difunto. La artista se interna en los pueblos afectados y entabla diálogos con los sobrevivientes, conversaciones que rememoran eventos de violencia en los cuales se han asesinado personas cercanas. Los viajes se repiten constantemente y el dialogo frecuente da paso a un proceso de curación para los sobrevivientes a su vez que sus testimonios reconstruyen la memoria colectiva de una sociedad.
Escuchar sus historias y recordar esos mártires es ayudar en su entierro, y las telas nos sugieren una solemnidad y respeto que no podría ser reflejado en una imagen fotográfica enmarcada en la pared, tal vez porque los dolientes al ser retratados sobre un sudario se identifican con la agonía de Cristo.
Sus ojos capturaron el último instante de vida de alguien, y a su vez el lienzo conserva en esa mirada el recuerdo y el presente.
Se trata de una imagen donde muerte y vida, ilusión y desesperanza quedan registradas ante el lente de una artista que ha venido de forma coherente manifestando en su obra una reflexión en torno a la muerte en Colombia y el lugar que ocupa el hombre que tiene que sobrevivirla y convivir a diario con ella.
Monasterio Santa Catalina de Siena
San Martín 705
Buenos Aires
Todos los días 11 a 20 hs.
Un rostro siempre refleja en sus rasgos lo que su voz quiere ocultar. La expresión de un gesto puede ser inconsciente, pero de la voluntad de callar solo es dueño el que posee el secreto.
En ese sentido un retrato podría ser más diciente que un testimonio, especialmente cuando lo que se calla nos protege de escuchar lo agresivo de un relato y crearen nuestra mente las imágenes más escalofriantes.
El lenguaje del silencio se hace acá más elocuente.
En sus últimos trabajos, Erika Diettes inició un grupo de retratos que partían de sus series anteriores: testigos de asesinatos y masacres en poblaciones atacadas por la violencia de grupos armados. Mientras la artista captura la imagen, los personajes confiesan los traumas vividos.
La cámara es obturada en el momento más álgido de sus narraciones; las historias más macabras e irreales que una persona podría vivir (y sobrevivir para contar) dejan en manifiesto que el descanso de los muertos es una dicha que los sobrevivientes no gozan.
En los vivos la imagen perdurará para siempre en sus recuerdos, como un incesante regreso al momento más doloroso. Las huellas imborrables de sus rostros perduraran como cicatrices, delatándolos en esa melancolía que les queda grabada. Sobrevivir es cargar con un peso de por vida, una tortura cada día; tal vez sean bienaventurados los que se van sin guardar esos recuerdos.
Los retratados parecen desnudarse para la artista, de manera literal y figurada. Abren su corazón para compartir el duelo contando las masacres que sucedieron ante sus ojos, donde vieron por última vez con vida a sus seres queridos.
También su piel está expuesta, mostrándonos su humanidad sin vergüenza como un ser anónimo, como cualquier otro que cuenta su historia más triste sin pena de haberla vivido así.
Cuando estas fotografías (que evocan a la muerte sutilmente) se fijan a la tela, la remembranza a las reliquias cristianas es instantánea. En ella se perpetuaban los últimos gestos de los mártires como un retrato póstumo que aun guardaba el último suspiro. Las telas se impregnan del llanto, de la sangre y del sudor dejando en ellas una imagen final que perdura en el lienzo como documento de la muerte y conmemoración de su vida.
Estos retratos son igualmente una conmemoración de la vida y Diettes busca con ellos darle espacio de duelo al sobreviviente sin olvidar al difunto. La artista se interna en los pueblos afectados y entabla diálogos con los sobrevivientes, conversaciones que rememoran eventos de violencia en los cuales se han asesinado personas cercanas. Los viajes se repiten constantemente y el dialogo frecuente da paso a un proceso de curación para los sobrevivientes a su vez que sus testimonios reconstruyen la memoria colectiva de una sociedad.
Escuchar sus historias y recordar esos mártires es ayudar en su entierro, y las telas nos sugieren una solemnidad y respeto que no podría ser reflejado en una imagen fotográfica enmarcada en la pared, tal vez porque los dolientes al ser retratados sobre un sudario se identifican con la agonía de Cristo.
Sus ojos capturaron el último instante de vida de alguien, y a su vez el lienzo conserva en esa mirada el recuerdo y el presente.
Se trata de una imagen donde muerte y vida, ilusión y desesperanza quedan registradas ante el lente de una artista que ha venido de forma coherente manifestando en su obra una reflexión en torno a la muerte en Colombia y el lugar que ocupa el hombre que tiene que sobrevivirla y convivir a diario con ella.
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San Martín 705
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Todos los días 11 a 20 hs.